“HIROTO”, EL ZAPATERO, SU ESPOSA “YU”
Y
UN HOGAR PARA DISCAPACITADOS
Hiroto Shimamura era el nombre del zapatero del barrio, siempre con un
delantal de cuero confeccionado por él mismo y varios clavos en la boca,
sentado en su silla sin respaldo mucho más baja que las normales, para
permitirle, sin necesidad de estirarse tanto, alcanzar los zapatos desparramados
en el piso. Realizaba el trabajo sin prestarle mucha atención a lo que sucedía
a su alrededor.
De origen japonés, había
llegado a Argentina en un barco carguero junto a un tío después de la Segunda Guerra
Mundial, arribando al puerto de Buenos Aires junto a un sin fin de extranjeros
que llegaban con la ilusión, como decían, de "hacerse la
America", es decir, capitalizarse en poco tiempo y
traer al resto de sus familias. Algunos, los más despiertos, tenían la suerte
de lograrlo y otros como Hiroto, se conformaron con ganar lo suficiente para
vivir sin muchas más ambiciones.
Nadie sabía su edad, pero se
podía decir que rondaba los 70 años. La verdad, era muy difícil calcularla, pues
no tenía una sola arruga y siempre estaba sonriente, así es que uno nunca sabía
cuando hablaba en serio. A veces cuando
un cliente le llevaba un trabajo de urgencia sin conocerlo, Hiroto le decía que
lo fuera a buscar en un par de horas, entonces el cliente lo miraba con cierta
desconfianza pensando que lo estaba engañando. Las únicas veces que Hiroto se
ponía serio era cuando escuchaba que lo llamaban “Chino”:
─Yo soy Japonés, ─decía, ─ustedes piensan que todos los orientales, los negros y los indios son
todos iguales y no es así.
─Está bien Hiroto, no se
enoje. ─Le decían los parroquianos del bar que él frecuentaba sólo una vez por
semana los días jueves después de cumplir con todos sus compromisos. Era su única salida y vicio.
Los
jueves, como un ritual, alrededor de las 23 h, llegaba su compañera Yu, una
mujer de contextura bien pequeña y encorvada que parecía ser de su mismo
origen. Ella lo llevaba a la casa totalmente borracho.
Desde los años que la gente lo
conocía, nunca fue agresivo, bebía solo sin conversar con nadie, se encerraba
en su mundo y en sus pensamientos creando una barrera impenetrable.
Entre el local donde
funcionaba la zapatería y la casa en el fondo, había un enorme jardín con
canteros de distintos tamaños y formas, con flores de todos los colores
permitiendo caminar alrededor de ellos. Un pequeño puente en forma de media
luna atravesaba una laguna artificial
llena de peces de colores, cuya agua a modo de un circuito cerrado salía de un
montículo de piedras muy bien calzadas dando la sensación de una cascada
natural. A un costado en medio de unos arbustos, había un jaulón con canarios
de varios colores que al cantar le daban al ambiente una sensación de paz y
bienestar.
“Hiroto”, que en japonés
quiere decir “gran persona”, junto a
su esposa y compañera “Yu”, que
significa “persona amable o
cariñosa”, formaban una pareja muy particular, nunca se separaban, excepto
por algunas horas cuando Hiroto iba al bar. Tampoco se los veía dialogar mucho,
sólo algunas palabras sueltas en su idioma, aunque evidentemente a pesar del
poco diálogo se entendían de maravilla.
Cuando salían de compra
juntos, él iba unos dos metros adelante y su esposa lo seguía sin levantar la cabeza del piso. A veces, de vez en
cuando, al mirar hacia atrás debía detenerse para esperarla y no dejarla tan
atrás sin decir una sola palabra, y ella mantenía el mismo ritmo que traía sin
molestarse en caminar más de prisa.
Cuando terminaban de hacer las compras ella pagaba, sacando el dinero
perfectamente acomodado de una bolsita de plástico, atado con una cinta roja.
Lo contaba con toda la paciencia. Realmente resultaba cómico verlos a los dos, nunca
nadie se metió con sus costumbres.
Y como una ceremonia, al llegar el día jueves,
Hiroto llegaba al Bar de Don Quinteros,
después de haber cumplido con todos sus compromisos y haber cerrado la
zapatería. Pedía su copa de shochu,
bebida alcohólica a base de cebada, camote o arroz, con un 25% de graduación
alcohólica. No era tan fuerte como el whisky, pero tomando más de tres copitas,
la cosa comenzaba a surgir su efecto. Don Quinteros la compraba solamente para
Hiroto; si no hubiese sido por él, nadie la habría conocido, pues lo que más se
consumía en su bar era normalmente ginebra,
vino tinto y cerveza. Si alguien pedía un whisky era porque estaba
festejando algún acontecimiento o había tenido algún desencanto amoroso. Ya
cerca de la media noche, llegaba su
esposa y sin decir una sola palabra, con
todo su amor, lo invitaba cariñosamente a que lo acompañara, era ése el único
momento en que se los veía uno al lado del otro. Sin la ayuda de Yu, Hiroto no hubiese podido nunca llegar a su
casa. Hiroto, estoy seguro, muy internamente adoraba que su esposa lo fuera a
buscar para llevarlo a su casa como un niño luego de cometida una travesura. Ya
en su cuarto lo desvestía y lo ayudaba a entrar a la tina llena de agua caliente, aromatizada con esencias de
flores que ella misma disecaba y guardaba para tal fin; luego delicadamente le
lavaba la espalda, los brazos y así todo el cuerpo. Después de ello y de haberse
secado, le pasaba por la espalda, con suaves y seductores movimientos de sus
manos, algún aceite hidratante también fabricado por ella. Así se entregaban al
sueño los dos abrazados como un par de torcacitas enamoradas.
Pasaban los días y los meses
sin ninguna prisa, en años no se había producido ningún cambio que modificara
la vida del pueblo e Hiroto continuaba reparando los calzados de todo barrio.
Que media suelas, que tapitas de goma
para los tacos altos de las mujeres, alguna que otra mochila con el cierre
roto. Siempre había trabajos para realizar y junto a los iban intercalando con una pasión: la
jardinería.
Pero llegó el día jueves por
la noche e Hiroto Shimamura no acudió a
la cita. Esto les extrañó a todos los parroquianos del bar, quienes esperaron
en vano hasta media noche y nada. Entonces fueron hasta la casa y como a simple
vista estaba todo tranquilo no llamaron
a la puerta para no molestar, más aún por la hora que era. Prefirieron esperar
hasta el día siguiente. Así lo hicieron y dando las 9:00 horas de la mañana la
zapatería de Hiroto se mantenía cerrada.
Durante más de 30 años era la primera vez que eso ocurría. Llamaron a la puerta
y nadie acudió a abrir, por lo tanto decidieron recurrir a la policía y
bomberos. Todo el barrio se congregó en la puerta de su casa, rogando para que
nada les hubiera sucedido. Pero Dios
tenía otros planes para ellos, necesitaba de Yu para masajear esa espalda y
aliviarle la pesada carga que debía llevar todos los días. Necesitaba además a
Hiroto para que se hiciera cargo del jardín y se pudiera reencontrar con su familia
a la que tanto deseaba ver. El día en que soltó la mano de sus padres,
alejándose de ellos para correr atrás de una hermosa mariposa, un avión
bombardeó la aldea perdiéndolos para siempre. Fue en aquel jueves de 1945, unos
días antes de que terminara la guerra.
Los encontraron acostados en
su cama uno al lado del otro vestidos con sus kimonos de gala tomados de la
mano y ella con la cabeza apoyada en su hombro. Cuando le hicieron la autopsia
descubrieron que ambos habían muerto con una diferencia de horas, mientras
dormían, de muerte natural. Nadie quiso saber
más detalles.
Al no tener herederos, por
intermedio del Juez de turno, el aval del gobernador, del intendente y por
supuesto de todos los vecinos, la casa se convirtió en un hogar para adultos
discapacitados, que habían perdido
cuando niños a sus padres, y sus hermanos no quisieron hacerse cargo de ellos.
Ese lugar era ideal por la paz que se
sentía y la energía positiva que generaba cuando uno lo visitaba. Por otro
lado, el local donde funcionaba la zapatería se convirtió en un negocio de
venta de artesanías y manualidades realizadas por los mismos discapacitados,
donde uno siempre encontraba algo que podía comprar para regalar en ocasiones
especiales.
Estoy seguro que Hiroto está
feliz de saber que su casa está cuidada y habitada por adultos niños que como él también perdieron a sus padres. El
alma de Yu los protege cada día.
La casa pasó a llamarse
"HOGAR
PARA DISCAPACITADOS HIROTO - YU”
que significaría:
“Grandes personas amables y cariñosas"
Pueden
visitarla si quieren y comprar alguna artesanía o manualidad…
Ella queda en la próxima parada.