jueves, 1 de noviembre de 2012


EL ELECTRICISTA, TENOR AMANTE DE LOS VALSES VIENESES

                    Subido a una escalera intentando arreglar un corto circuito se encontraba Vladimir, el Polaco,  electricista del pueblo. Nadie sabía si alguna vez había estudiado para llegar serlo, lo cierto es que él conocía los inconvenientes de todas las casas del vecindario siendo  la única persona de confianza a quien la gente buscaba para realizar algún arreglo o instalación.

                    Tenía la mano izquierda defectuosa a causa de un fuerte golpe de corriente que recibió cuando era más joven, sin embargo como él siempre se decía después de lo ocurrido, había logrado hacerse amigo de la misma. Por otro lado, nunca tuvo el interés en tocar la guitarra, por lo tanto para qué quería la mano izquierda,  y se reía.

                     Su casa quedaba en el otro extremo del pueblo y era muy sencilla por afuera, prueba de que nunca le interesó ganar mucho dinero sino lo necesario para vivir.

                      A medida que uno se acercaba a su casa comenzaba a ver en la parte de adelante un lavarropas sin motor, cuyo tambor servía para alojar plantas; un viejo y oxidado termo tanque convertido en casa para el perro, una mezcla de ovejero alemán con perro salchicha, y varios cajones con pedazos de cables de todo colores, de los cuales lo único que servía era el cobre de su interior; como así también varios motores de licuadoras, aspiradoras, etc., todas en desuso. Después de tantos años formaban parte de la decoración de su desértico jardín. Con todas estas referencias si uno no encontraba la casa de Vladimir el electricista, era ciego.

                      Ni siquiera había necesidad de batir las palmas para llamarlo. Primero porque su perro guardián salía como queriéndose comer a todo el mundo y segundo porque si uno no veía su bicicleta apoyada en la puerta de la casa seguro que no estaba.

                       Por su modo de vida, su forma de vestir, su mano deficiente y otras características, Vladimir daba la impresión a simple vista de que no era una persona de mucho estudio, y por sobre todas las cosas por cómo vivía. Al parecer nunca nadie había entrado a su casa. Según contaban, su abuelo de origen polaco, viejo poblador, dejó al morir la casa a su único nieto y heredero, Vladimir, que ya contaba con treinta y cinco años de edad cuando tomo posesión de la misma. Por el acento parecía también ser extranjero. Con respecto a alguna amante secreta, nadie podía decir nada. Las viejas chismosas hubiesen dado un mundo por tener alguna cosa nueva para contar.

                       Como yo tenía una ferretería frente a la plaza, era raro el día en que no lo viera pasar en la bicicleta, pues para ir a su casa no tenía más remedio que pasar por ésta. Por otro lado, cuando necesitaba algún material, dada la confianza en él depositada, lo llevaba directamente para pagarlo dos o tres días después.

                       Vladimir ya formaba parte del pueblo. Comenzó a llamar mucho la atención que hacía varios días no se lo veía en su bicicleta, y mas aún, no había pasado por el negocio como siempre lo hacía. Eso me dejó algo inquieto. Un mediodía, al cerrar la ferretería y antes de ir a casa, decidí pasar por la suya para ver si necesitaba algo. Al llegar, el primero en salir a recibirme como siempre, fue el ovejero-salchicha, su perro guardián, que parecía querer devorarme. Aguardé unos minutos, y como su bicicleta se encontraba como siempre junto a la puerta de entrada (eso quería decir que él estaba en casa), batí las palmas. Alcanzando a ver movimiento en la cortina de una de las ventanas, tomé coraje y sin siquiera pensar en su perro me animé a abrir el portoncito del cerco. Me dirigí hacia la puerta de entrada, golpeé y escuché la voz de Vladimir que me invitaba a pasar. Para esto, su perro no se despegaba de mí y se limitaba a mostrarme los dientes cada vez que lo miraba. Una vez adentro el cambio de ambiente no me dejaba ver muy bien, y cuando pude adaptarme a la luz del interior encontré a Vladimir acostado en un sillón con un paño mojado en su frente. Hacía dos días que estaba allí sin alimentarse, sólo tomando agua. Llamé al centro médico y vinieron a buscarlo para llevarlo al hospital, pidiéndome encarecidamente que cuidara de su casa y en especial del guardián Tobarich , así se llamaba el perro,  cuyo significado es “amigo" o "camarada” en ruso.

                    Antes de cerrar con llave y seguir a la ambulancia, percibí que nada de lo arrumbado alrededor se comparaba con el interior de la casa. Una enorme biblioteca cubría unas de sus paredes, en otra se encontraban un sin número de cuadros con fotografías en blanco y negro casi amarillentas por el tiempo. Cuando me acerqué para mirarlas más detenidamente pude ver que alguna de ellas se trataban de obras de teatro, donde Vladimir  era mucho más joven.

                    Cerré las cortinas de la casa y la puerta de la calle con llave, para esto Tobarich continuaba mostrándome los dientes, pero me animé a acariciarle la cabeza, y recién entonces me di cuenta que sonreía como agradeciéndome el haber salvado a su dueño. Me lo demostró con una lambida en mi mano, sentí mis ojos llenos de lagrimas; trabé el portón de la reja de entrada, le dije que cuidara la casa y me fui al Hospital. Vladimir se encontraba bien, gracias a Dios, solo había tenido una descompensación y el médico quería que se quedara internado por lo menos dos días para tenerlo en observación. Le dije que se quedara tranquilo, yo tomaría cuenta de su casa y que no se preocupara por su perro, yo le llevaría comida y le pondría agua limpia.

                     A los dos días le dieron el alta, lo llevé hasta su casa y gustosamente me pidió que entrara a tomar un té. Mientras yo estaba en la sala y él en la cocina calentando la tetera, comenzó a contarme parte de su historia. Me relató el por qué de cada foto y previo a lo cual colocó un disco de esos ya desaparecidos del mercado. Comenzó con una historia tan llena de vida  que no daban deseos de que terminara.

                     Nos despedimos, saludé a mi ya amigo Tobarich y mientras iba para mi casa, sentí una especie de culpa por lo equivocado que muchas veces he estado al rechazar a una persona sólo por su apariencia.

                     De qué manera nos equivocamos al juzgar  a las personas antes de conocerlas.

                      Vladimir no solamente era un asiduo lector, sino que cuando ya contaba con 22 años había sido cantante de ópera. Era tenor y admiraba a Enrico Caruso, Francesco Merli, Tito Schipa y Beniamino Gigli entre otros, teniendo una gran colección de sus obras en la discoteca. También había recorrido gran parte del viejo mundo interpretando varias obras de Shakespeare,  como  El Mercader de Venecia, Hamlet  y  Otelo, todas ellas impresas en las fotografías que atesoraba. Era amante de la música clásica, pero no tanto de  Beethoven,  Mozart o Chopin...  adoraba los valses de  Strauss, quien para él era como los Beatles del siglo pasado. En esa época, según decía, todo el mundo escuchaba y bailaba sus valses; actualmente  en el siglo XXI  lo siguen haciendo,  cuando se trata de una fiesta de 15 años o de un casamiento, y tenía razón, “El Danubio Azul”, “Cuentos de los bosque de Viena” o el “Vals del Beso”. Ésos eran sus favoritos. ¡Cuán equivocado estaba yo al pensar que Strauss sólo había escrito valses! No era así, también había escrito polcas y varias marchas, que Vladimir escuchaba con tanto placer, hasta ser capaz de contagiar a todo el mundo.


                       Ese era Vladimir Stanislaw Lem, más conocido como Vladimir, el electricista, o despectivamente “El Polaco”, pero para mí, una de las personas más cultas que llegué a conocer, gracias a Dios…, antes de la próxima parada.

                                                                                                                           CESO

martes, 2 de octubre de 2012

UN SUEÑO HECHO REALIDAD

                    Su mayor pasión era el de andar en bicicleta, pero no cualquiera de ellas sino una de carrera, él había soñado toda la vida con competir en algún campeonato Internacional como Tour de Francia, Paris-Roubaix, Milán San Remo, etc., solo que nunca se animo a anotarse en ningún tipo de competición, ni siquiera una local,  por lo que  se limitaba a salir a practicar solo, cuando el tiempo se lo permitía.-

                   Su bicicleta no era por llamarlo de alguna manera algo extraordinario, eso si contaba con los mejores y modernos adelantos por ejemplo el  cuadro era  de aluminio pintado de color rojo y  la horquilla de fibra de carbono  de color blanco lo que la hacia mas liviana,  con cambio de 21 marchas, sillín (asiento) en cuero negro bien delgado, siendo el resto todo cromado;  hacia que le diera una categoría de una verdadera bicicleta de competición, pero eso no era todo, su equipo de protección estaba compuesto por el casco de ciclismo color verde con rallas transversales de color amarillo, parecía  la tajada de una sandia, gafas anti-réflex, rodilleras anaranjadas, coderas (protección para los codos) del mismo tono y guantillas (unos guantes de cuero sin los dedos) de  color negro, y para completar su atuendo un buzo de tela azul con varios diseños con el numero 9 en su espalda, acompañado de un pantalón amarillo, con una cinta de color negra a cada costado desde la cintura hasta la botamanga  y una zapatillas color verde brillante, haciendo juego con su casco,  que se las había mandado un colega del viejo continente.

                     Narciso, cuya altura rondaba el metro ochenta y cinco, sumamente delgado, era conocido como La Garza,  precisamente por tener unas piernas  largas y flacas y  una prominente nariz en forma de gancho, teniendo además unos finos bigotes a lo largo de su labio superior que lucia con orgullo, ya el consideraba que una nariz tan importante tenia que estar al menos subrayada.-

                   Cuando uno  lo veía al lado de su bicicleta, vestido con todo su uniforme de ciclista, con todo sus accesorios de seguridad,  realmente formaban una sola persona, entre el casco en forma de gajo, el asiento de su bicicleta que terminaba en punta y su  prominente nariz como dije en forma de gancho no cabía ninguna duda que habían nacido el uno para el otro.-

                   Narciso, trabajaba durante toda la semana esperando ansioso el día sábado para darle la correspondiente manutención a su bicicleta y dejarla lista para el domingo,  por supuesto  después de llevar a su Mujer e hijas a misa de las 9 h, las ayudaba a subir a  su Citroen 3CV, ya que las tres eran digamos bien gorditas y se encaminaba para el pueblo, pues el vivía junto a la ruta, al llegar lo estacionaba en el otro extremo de  la plaza, lejos de los autos mas modernos conducidos por familias de mayor poder adquisitivo, que lo hacían frente a la Iglesia, luego  cruzaba la plaza con su esposa que orgullosa lo tomaba del brazo y sus dos hijas tomadas de la mano, algunos pasos al frente,  vestidas con sus impecables vestidos  almidonados con encajes blancos que terminaban, dándole un toque de distinción , con una gruesa cinta color rosada a la altura de sus cinturas terminando en un enorme moño  en la parte de atrás.-

    Una vez  que llegaban a la entrada de la Iglesia de Nuestra Señora María Auxiliadora,  después de persignarse con el agua bendita que se encontraba en una pía junto a la puerta, desaparecían dentro de ella.-

                   Narciso no veía la hora de terminar con el ritual, por supuesto después de haber hecho la señal de la cruz un sin de veces y de haberle pedido a Dios varias veces  que lo perdonara por sus pensamientos y deseos de volver a su casa una vez por todas,  tomar su bicicleta y sentirse el hombre más feliz del mundo.
   Sabia interiormente que Dios lo hacia, me refiero a perdonar sus pensamientos, porque nunca permitiría que un hombre de un corazón tan noble como Narciso,  no hiciera lo que tanto amaba y sobre todo lo que lo hacia tan feliz.-

                 A su regreso y faltando unos  metros para llegar al portón del garaje de su casa , giraba el volante bruscamente de tal manera que el Citroen se inclinaba para su lado y su esposa  al perder el equilibrio lo apretaba contra la puerta del contutor, quedando el cuello de Narciso entre sus dos enormes pechos;  ese era  unos de los contactos mas íntimos que tenían frente a sus hijas, y con una mirada cómplice, pedía como anticipado un especie de permiso para salir hacer lo que mas le gustaba, sabiendo que al regresar lo esperaban con unas pasta caseras con salsa a la boloñesa y un vaso vino tinto .-

               Una vez que invito muy cordialmente a bajar de su auto a su esposa e hijas, y una vez dentro de su casa corrió hacia su cuarto como un niño, se puso su uniforme y todos los elementos  de seguridad, tomo su bicicleta impecablemente limpia, y se encamino para la ruta, su familia salió a saludarlo desde la puerta de su casa y él como Don Quijote de la Mancha sin su Sancho Panza, salió en busca de aventuras en su caballo Rocinante, digo en su bicicleta de carrera.

             Tomo la ruta en dirección opuesta a la iglesia y comenzó a disfrutar del paisaje y del aire puro que se mezclaba con alguna hierbas aromáticas.

            Se sentía tan feliz y tan enfrascado en su mundo que no había percibido que de atrás de él venía un pelotón de ciclistas provenientes de una competencia organizada por otro pueblo cercano, para donde él siempre se dirigía, solo  que al pasar la ruta por un costado del mismo nunca se le había dado por entrar a visitarlo.

            Así comenzó a ver pasar uno a uno los competidores a su lado sintiéndose por unos minutos parte de la carrera, hasta que quedo en el último lugar, después de todo él no estaba compitiendo, por lo que continuo a  la misma velocidad, hasta que llego a la entrada del pueblo, disminuyo aun más la velocidad que llevaba y  embargándolo una gran curiosidad,  decidió entrar al mismo, debiendo pasar por debajo de un  arco que estaba colocado de extremo a extremo en la ruta de entrada,  con un cartel viejo y oxidado dando la bienvenida.
   Tomo la ruta  media abandonada que lo llevaba al centro del pueblo debiendo esquivar varios pozos, le pareció extraño pero siguió adelante.
   Después de andar unos 3 Km. comenzó a ver personas a ambos lados de la banquina que lo saludaban, que a medida que se acercaba al centro del pueblo el numero  se iba multiplicando, el cada vez entendía menos de que se trataba todo eso, continuo pedaleando sin parara, hasta llegar muy cerca de la plaza donde alcanzo a ver un cartel que atravesaba la calle de extremo a extremo donde se alcanzaba a leer  la palabra LLEGADA, a los costados de la calle la gente continuaba aplaudiendo cada vez mas efusivamente,  hasta que al pasar por debajo del cartel de LLEGADA, tuvo que detenerse porque salió a recibirlo  una muchacha  de largas trenzas y cachetes colorados, con un enorme ramos de flores, mientras la gente lo ovacionaba.
    Después apareció el Intendente, el Presidente de la comisión de Ciclismo y demás personalidades para invitarlo a subir al palco principal, Narciso quería hablar pero no lo dejaban, cuando de repente comenzó a llegar el grueso de los corredores, los mismos que lo fueron pasando cuando  iba por la ruta, solo que estos continuaron por la misma, hasta la próxima entrada al Pueblo , unos kilómetros mas adelante que venia siendo la  entrada principal dónde los corredores tenían que entrar, solo que Narciso había  hecho por la vieja entrada cortado de esa manera camino.

                     Narciso no sabía como explicar la terrible confusión, y los organizadores del evento junto con las mas altas autoridades el semejante papelón que acababan de  protagonizar, por lo que uno a uno se iban retirando haciéndose los distraídos y sobre todo para no tener que dar muchas explicaciones ya que se encontraba también presente el único periodista con su fotógrafo del único periódico local,  mientras que al  verdadero ganador después de todo su esfuerzo ni siquiera lo habían tenido en cuenta, es mas ni siquiera le habían tomado  una sola fotografía.

                    Narciso con un nudo en la garganta agradeció a todos los presentes, entrego el ramo de flores y el trofeo al verdadero ganador y sin decir una sola palabra más, se subió a su bicicleta y sin  mirar hacia atrás salio disparando tomando la delantera, como si ahora la línea de LLEGADA fuera su casa, a la que nunca sintió tantos deseos de llegar como aquel inolvidable Domingo, dónde sin pensarlo se le cumplieron en menos de un minuto unos  de sus grandes  sueños , que era justamente el de competir en una carrera de ciclismo, llegar primero, ser ovacionado y recibir todo los elogios a parte del Premio Mayor en manos del Intendente  que por supuesto devolvió,  eso sí,  no dejo de  salir en el periódico local en primer plano y  a todo color, ya que nadie se animó a dar explicaciones.
   Pero como todo tiene un costo, el Intendente, junto a la comisión de  Ciclismo tuvieron que gastar unos pesitos extras que fueron entregados al verdadero ganador  mientras mantuviera la boca cerrada y a su vez, un especie de  bonos al resto de los participantes para ser canjeados por algún repuesto de bicicleta en una conocida bicicletería de la Capital cuyo dueño era el propio Intendente y cerrando el evento  un asado para todos los presentes.-

                  Narciso hizo un cuadro con la  foto del periódico y nunca contó a nadie la verdadera historia, lo coloco sobre la chimenea, y cada vez que se sienta en su sillón preferido junto a su esposa en el living de su casa, se queda observándolo horas y horas, haciendo honor a su nombre.
   Y mientras de vez en cuando mira de reojo su bicicleta,  con una cierta complicidad, se le dibuja una picara sonrisa cuando se acuerda de lo vivido aquel Domingo,  en aquel pueblo que ni por casualidad volvería a visitar.

                 En los misterios de esta vida, a veces los sueños de alguna manera se convierten en realidad, si no es ahora, pueden ocurrir  en la próxima parada.-

                                                                                                                                 CESO




lunes, 1 de octubre de 2012

OTRO CUENTO


Recibí una llamada de la Academia de Letras de la ciudad de Santo Amaro, en
Salvador de Bahía, Brasil.

Era su director para felicitarme por la obra que había terminado de escribir
y quería ultimar  los detalles para la entrega del  Premio  Revelación
“Santo Amaro 2012”, ya que la obra “El Reloj que esconde un Secreto“
había sido elegida por mas de 100 críticos de arte de todo el mundo.-

Después de haber telefoneado a mi representante y encargada de mi imagen
mi Promotora preferida;  me vestí con lo mejor que tenía , unas ojotas color verde,
unas bermudas a rayas celeste que  a ella le gusta como me queda  porque dice
que tengo lindas piernas y una remera blanca con la cara de Topo Gigo que me
regalo para mi cumpleaños y así fue que me dirigí para  recibir el premio en cuestión.

 Cruce la Plaza principal, pasando frente a la Catedral, un antiguo edifico que
alcance a conocer días atrás, su interior una verdadera obra de arte, columna
todas talladas en mármol, el techo  cubierto por frescos nada envidiables con los
de la Basílica de San Pedro allá en Roma, que por supuesto conozco solo por fotos
y en el centro un altar enorme en dorado, totalmente iluminado.-

Cuando estaba a punto de cruzar la calzada me despertó el inconfundible sonido
el despertador del celular, era las 5 Hs. de la mañana, todo  había sido un sueño,
ya me parecía.

De todos modos me levante, tome un baño y salí a la calle para ver donde quedaba
tan digna Institución encontrándome con este edificio,  alcanzándose a ver
en un auto estacionado junto a la acera la cara del  Intendente con una amplia sonrisa
como si me estuviera diciendo :

Quédese tranquilo mi amigo que si ganamos vamos a destinar una partida para
reconstruir la Nueva Academia de letras, solo va a tener que esperar...

Me estará haciendo el cuento ?

                                                                                                                   CESO




jueves, 30 de agosto de 2012


EL MECÁNICO QUE SOÑABA CON SER
 CONCERTISTA DE GUITARRA

                    El mecánico era un personaje muy interesante por su filosofía de vida, Javier frecuentaba su taller mecánico porque era amigo de unos de sus hijos que le llevaba un par de años, por lo que al acompañarlo al taller de su Padre, muchas veces lo dejaba allí, quizás olvidado, cuando se juntaba con sus amigos de su misma edad.

                     En ese ambiente había muchas cosas para entretenerse y curiosear. Sueltas, habían unas palomas que compartían la merienda con el resto del personal en esa media hora de descanso, comiendo las migajas esparcidas por el piso.

                     El papá de su amigo era un hombre de aproximadamente de 1,80 m de estatura, delgado, de ojos vivaces y cabello crespo. Siempre vestía un mameluco de color blanco, al igual que sus zapatos tipo tenis. Para Javier, esa vestimenta no era muy apropiada para su función de mecánico, sin embargo, siempre estaba impecablemente vestido evitando en lo posible  ensuciarse.

                      Una vez sus ayudantes, los otros mecánicos, terminaron de armar el motor de un automóvil, lo fueron a llamar para que sea él quien lo pusiera en marcha y lo dejara a punto registrando el carburador. Al girar media vuelta la llave de contacto, el motor arrancó inmediatamente, la alegría por parte de la gente fue inmensa, con abrazos y apretones de manos, a él no se le movió ni un pelo, al contrario, los mando a hacer callar ya que consideró que lo único que habían hecho era cumplir con su deber, para eso eran mecánicos. Era como si un médico cada vez que salvara un paciente saliera a gritar como un loco por los pasillos del hospital y se abrazara con los otros enfermeros. Como broche de oro, mando a suspender por tres días a un mecánico porque consideró que estaba muy sucio (era verdad), y denigraba su profesión.

                        Quizás como no iba todos los días al taller mecánico Javier se perdió de muchas otras cosas,  sin embargo, cada vez que lo hacía, algo nuevo sucedía. Como la vez que su amigo se puso a limpiar el motor de una motocicleta que su padre le había comprado, tomó un tarro que contenía agua, y sustituyendo su contenido por nafta, se puso a limpiarlo con un pincel, luego recogió las cosas y se fue a probar su motocicleta dejando el tarro con nafta a un costado.

                            Pasaron algunos días y Javier volvió  al taller ,esta vez por su cuenta, cuando vio que el papá su mi amigo  estaba a modo de favor, ya que esa no era lo que se hacía precisamente en un taller mecánico, soldando un soporte que se le había desprendido a un hermoso carrito para  bebé de cuatro ruedas, todo cubierto en cuerina roja, con techo desmontable, cuando sin querer salto una chispa comenzando a quemar la cuerina del mismo, ante la desesperación y ante el temor de que se prendiera fuego todo el carrito, tomo aquel tarro que debería haber contenido agua, y lo arrojo para intentar apagar aquella miserable chispa, solo que el tarro no contenía agua, sino la nafta dejada en aquella oportunidad por su hijo al limpiar el motor de su motocicleta. El resultado fue calamitoso, en un segundo el carrito se quemo por completo quedando de aquel bonito carrito de bebe solo el esqueleto todo chamuscado, al margen del humo negro que dejo ciego a todos los presente, cuando el mismo se disipó al dueño  solo se le veía lo blanco de los ojos y los dientes apretados, porque el resto de la cara estaba negra de tizne, y no podía hablar del asombro. El papá mi amigo en iguales condiciones con todos los pelos parados, no sabia como justificar lo ocurrido. De pronto, con apenas un hilo de voz aguda que se fue acrecentando y poniéndose cada vez mas grave, el dueño del carrito dijo:

-      Hágase a un lado bruto, usted no sabe nada de nada, yo me he
       criado entre los fierros y nunca ví una cosa igual…

-     Me disculpa, dijo el papá de su amigo con toda tranquilidad, esta
      viendo esas palomas dando vuelta por ahí, esas también se
      criaron entre los fierros como usted y no saben nada de nada.
                                                          
                    A pesar de la tragedia, todo el mundo allí presente al verlos,  no aguantaron mas y comenzaron a reír a carcajadas, contagiando también al dueño del carrito. A los pocos días entre todos compraron uno nuevo, y así se ganaron un nuevo cliente para toda la vida.

                    Después de lo ocurrido, su amigo y Javier no volvieron  a aparecer por el taller mecánico. Por otro lado, la diferencia de edad hizo también que dejaran de verse.

                        Y un buen día, después de varios años, Javier pasaba sin querer por la puerta de aquel taller mecánico que había marcado parte de su niñez, el mismo ya no existía, sin embargo, al acercarse un poco más percibió que alguien estaba adentro, pedió permiso y al entrar se encontró con el padre su mi amigo mucho mas avejentado, intentando arrancarle algún sonido a una vieja guitarra. Le preguntó por su hijo y le dijo  que se había ido a estudiar al extranjero después del golpe militar, luego pregunto que había sucedido con el taller mecánico contándole a grandes rasgos que lo perdió todo por culpa de la terrible inflación que azoto al país no pudiendo recuperarse económicamente. Sintió mucha pena, a pesar que no se lo veía triste, eso le llamo la atención, luego agregó :

              -    Realmente a pesar de todo lo sucedido, estoy haciendo lo quise hacer toda mi vida, que era llegar a ser un eminente concertista de guitarra, no lo logré por ahora, quizás en la próxima parada lo logre,  pero entre nosotros, el solo  hecho de pensarlo me hace sentir una de las personas más felices de la tierra.

          Y estoy seguro que así era, ya que a medida que Javier se iba alejando, las cuerdas de su guitarra emitían un sonido tan especial y armonioso que era como si su melodía fuera dirigida como una alabanza  al Señor.-

                                                                                                                                       CESO


sábado, 11 de agosto de 2012

EL COCINERO MALABARISTA
                     Entre medio de ollas y sartenes, o revolviendo un estofado mientras su gatita ‘Mimosa” (única compañía) se paseaba entre sus piernas,  se encontraba Carmelo Lucio, nombre dado por su abuelo de origen Siciliano, en honor a su amada esposa Carmen Lucia.

                      Cocinaba de una manera muy especial, había heredado los dones de su abuela. Cocinaba sin probar  la comida, cosa extraña para un “Mètre de la Cousine”. La condimentaba  sólo con la medida de sus dedos, un poquito de sal por aquí, otro de pimienta negra, dos hojitas de laurel y el aroma comenzaba a fluir y a envolver la cocina que al fugarse por la puerta de entrada del pequeño  restaurante, llamaba la atención al mas distraído de los transeúntes. A medida que se acercaba la hora del almuerzo, comenzaban a juntarse en la entrada para ser los primeros en probar esos deliciosos platos que siempre iban acompañados por alguna obra de arte, ya sea un tomate cortado en forma de rosa, o una batata con una amplia sonrisa.

                      Verlo cocinar era un verdadero espectáculo. Cuando se trataba de hacer un panqueque o una simple pizza, antes de colocar la sartén con un poco de manteca o margarina en el fuego, comenzaba a hacer su show de malabarismo, con la espumadera y algún otro utensillo; los arrojaba para arriba, uno a uno y  dando vueltas, los iba recogiendo sin perderlos de vista, nunca se vio que se le cayera alguno al piso. Luego ponía la sartén al fuego y una vez cocinado el panqueque hacia lo que quería con él, lo hacía dar dos o tres vueltas en el aire, dándose el lujo de girar sobre sus talones y  con una precisión, el panqueque caía nuevamente dentro de la sartén, lo mismo sucedía cuando preparaba la masa para la pizza, la hacía dar tantas vueltas en el aire que la misma  se entregaba  vencida para poder ser colocada en el horno.
  
                       Carmelo Lucio era un verdadero artista, no solo de la cocina, sino también en todo lo referente a manualidades, ya que a toda hortaliza que llegaba a sus manos le daba una forma, ya sea de una pareja de enamorados, una naranja guiñando un ojo, o un gato corriendo a un ratón.
                       Ese era su mundo, su vida y no la quería cambiar por nada del mundo, evitando en lo posible salir a la calle, no teniendo más remedio que hacerlo cuando iba a la feria a comprar las verduras o alguna especie que le faltaba.  A él gustaba personalmente elegirlas.


-          Chao Carmelo!!, come vai, lo saludaban los puesteros de la feria    
      orgullosos de saber que era de descendencia italiana.

-          Chao!!,  respondía, evitando continuar con el dialogo.

                         Pero un día, mientras estaba eligiendo unas frutas que luego transformaría en una deliciosa ensalada, y mientras a alguna de ellas se la imaginaba trasformada en uno de sus personajes, se encontró de repente con unos enormes ojos color almendra, acompañados por una amplia sonrisa que dibujaban un hoyuelo en cada cachete de la cara. Sintió una gota de sudor que bajaba por su espalda junto  a un intenso calor que le subía y se alojaba en sus orejas. Nunca en su vida había sentido esa sensación, me estaré por enfermar se preguntaba, lo cierto era que la imagen de esa mujer lo había hecho perder por unos minutos o segundos la noción del tiempo.

-          Disculpe, dijo una dulce voz que lo hizo volver a la realidad,  ¿ va
      a llevar esas  manzanas ?

-          Si, si, no, no… disculpe

                     Y dejando todo salió bien de prisa hacia la vereda decidiendo no llevar nada ese día, para  refugiarse nuevamente en su cocina, pensando que si así lo quería el destino, se volverían a encontrar en la próxima parada. Tomó una olla, la llenó con agua y al ponerla al fuego, comenzó a cortar las verduras para así conectarse nuevamente con su mundo, a pesar que no podía borrar de su mente aquella imagen que por primera vez había logrado distraerlo de lo que tan profesionalmente hacia y que tanto amaba. Tomó su sartén, la espumadera y otro de los utensilios y comenzó a arrojarlos para arriba para iniciar su show, pudiendo solamente agarrar menos mal,  la sartén, ya que la espumadera fue a dar  sobre su cabeza y los otros quedaron esparcidos por el piso, mientras su gatita “Mimosa” salía espantada refugiándose debajo de la mesada. Tengo que calmarme se decía, respirando profundamente y soltando el aire a modo de  largo  suspiro, reinició su labor. El compromiso que tenía hacia sus clientes no podía hacerse esperar. Al día siguiente mucho más calmo y de la misma manera los días subsiguientes continuó con lo que realmente amaba, la cocina, mezclando sabores, y preparando unos platos dignos del mejor  y más sofisticado restaurante de San Pablo.

                    Y un día, cuando menos se lo esperaba, mientras entregaba uno de sus platos para que el mozo lo llevara hasta una de las mesas, vio en la puerta de su pequeño restaurante buscando una mesa para sentarse la imagen completa de aquella mujer que había marcado para siempre su vida y que nunca más iba a dejar escapar. Pero había un detalle, no se encontraba sola, venia acompañada de una señora mayor y una niña de unos 17 años de edad. Continuó mirando, esperando que entrara el hombre que acompañara a esa familia, que seguramente se había demorado estacionando su automóvil,  esperó y esperó, mientras su corazón latía fuertemente, pero fue en vano, pues  nadie mas entró, y fue así que una enorme sonrisa de esperanza se reflejó e iluminó su rostro.

                                                                                                                             CESO


martes, 24 de julio de 2012


EL CARPINTERO QUE AMABA LA PINTURA


                                 Perdido entre medio de las maderas y el aserrín, se encontraba Juan Carlos el carpintero. Siempre con su lápiz que descansaba al costado de su oreja izquierda, sus pantalones que siempre se les caían y una remera con un agujero a la altura del pecho. De cabellos rubios y enrulados que se confundían con la viruta que desprendían las maderas a medida que pasaban por el torno.

Siempre estaba en movimiento, iba de un lado para el otro haciendo varias cosas al mismo tiempo, por lo que nunca tenía un lugar fijo donde trabajar. Eso quedaba demostrado ya que en cada lugar de la carpintería había un dibujo hecho por él, ya sea de  un paisaje, de una mujer desnuda, o de algún personaje de historietas, ya sea Superman o el Hombre Araña.

Cuando uno acercaba a él para pedirle si podía llevar viruta de madera para la escuela (la usaban mezclándola con kerosene para limpiar los pisos de la misma)  y  justamente se encontraba en el sector donde estaba el diseño de la mujer que había pintado desnuda,  decía:


-          Mira muchacho, esto lo tienes que mirar en forma artística, nada       pensar  en cosas raras, me entiendes?
-          Si, si, le respondía, Leonardo,  a pesar de que el famoso dibujo de la mujer desnuda,  era el comentario de toda la escuela  y a veces iban  otros para ver sus obras de arte, en  especial esa.

Era tal la perfección de sus trazos que parecía una fotografía. Su cara mostraba una sonrisa seductora con una pequeña nariz y ojos soñadores, unos pechos armoniosos que parecían quererse salir de la pintura. Al mirar sus caderas uno se la imaginaba bailando la danza del vientre y  sus piernas eran perfectas. Era tan linda que pasó a ser la novia de todos los alumnos de quinto grado, el único problema era que a medida que pasaba el tiempo la imagen se iba apagando y no tenían manera de revivirla, a no ser que lo conversaran con Juan Carlos, y le pidiera que le diera una retocada, pero cómo hacerlo, ahí estaba el mayor dilema.

Y llegó el día en que la imagen desapareció, en su lugar apareció una mancha de humedad y todos los alumnos de quito grado se quedaron sin novia, sin fantasía, pero por lo menos con el recuerdo del primer amor.

Ya no tenían motivo para ir a la carpintería con la excusa de buscar viruta de madera para la escuela, y más rabia les daba al ver que las imágenes de Superman y el Hombre Araña se mantenían impecables, mientras que su amor imposible había desaparecido.

Los días continuaban pasando y ya se habían olvidado de lo ocurrido cuando al entrar a la carpintería una nueva imagen había aparecido y la mancha de humedad formaba parte del diseño. Se trataba de un niño durmiendo de costado, mostrando sus pies desnudos y cubierto parte de su cuerpo con hojas secas, y una leyenda que decía:  “…Y dormía como un gusano de seda entre las hojas”

Leonardo se acercó para poder observar el diseño  más detenidamente y daba la sensación de que el cuadro estaba vivo quizás la propia mancha de humedad hacia que resaltara más aún la pintura. Se quedó un buen rato mirándola cuando sintió la mano de Juan Carlos en su hombro, haciendo que volviera a poner los pies sobre la tierra.

-          Que pasa muchacho, no te gustó el dibujo?

Claro que le había gustado, decía tantas cosas juntas que no sabía cómo explicarlo, no era sólo la imagen de un niño durmiendo entre las hojas como decía la leyenda. El cuadro tenía vida propia, tenía como decir, movimiento, se sentía el sonido del viento, el olor  de las hojas secas, la tristeza del niño, era un todo plasmado en una pared de adobe de un viejo galpón.

Leonardo nunca supo como decirle a Juan Carlos lo que sintió y de la manera que le había llegado su pintura, sólo sé que a partir de aquel momento, esa carpintería se había convertido para Leonardo en una galería de arte, donde  unos de los mejores pintores del mundo para él, Juan Carlos Sotelo exponía sus pinturas para deleite de las personas recibiendo, por parte de los críticos de arte los mejores elogios, y de la gente una gran admiración y respeto.-

                                                                                                                                         CESO