sábado, 11 de agosto de 2012

EL COCINERO MALABARISTA
                     Entre medio de ollas y sartenes, o revolviendo un estofado mientras su gatita ‘Mimosa” (única compañía) se paseaba entre sus piernas,  se encontraba Carmelo Lucio, nombre dado por su abuelo de origen Siciliano, en honor a su amada esposa Carmen Lucia.

                      Cocinaba de una manera muy especial, había heredado los dones de su abuela. Cocinaba sin probar  la comida, cosa extraña para un “Mètre de la Cousine”. La condimentaba  sólo con la medida de sus dedos, un poquito de sal por aquí, otro de pimienta negra, dos hojitas de laurel y el aroma comenzaba a fluir y a envolver la cocina que al fugarse por la puerta de entrada del pequeño  restaurante, llamaba la atención al mas distraído de los transeúntes. A medida que se acercaba la hora del almuerzo, comenzaban a juntarse en la entrada para ser los primeros en probar esos deliciosos platos que siempre iban acompañados por alguna obra de arte, ya sea un tomate cortado en forma de rosa, o una batata con una amplia sonrisa.

                      Verlo cocinar era un verdadero espectáculo. Cuando se trataba de hacer un panqueque o una simple pizza, antes de colocar la sartén con un poco de manteca o margarina en el fuego, comenzaba a hacer su show de malabarismo, con la espumadera y algún otro utensillo; los arrojaba para arriba, uno a uno y  dando vueltas, los iba recogiendo sin perderlos de vista, nunca se vio que se le cayera alguno al piso. Luego ponía la sartén al fuego y una vez cocinado el panqueque hacia lo que quería con él, lo hacía dar dos o tres vueltas en el aire, dándose el lujo de girar sobre sus talones y  con una precisión, el panqueque caía nuevamente dentro de la sartén, lo mismo sucedía cuando preparaba la masa para la pizza, la hacía dar tantas vueltas en el aire que la misma  se entregaba  vencida para poder ser colocada en el horno.
  
                       Carmelo Lucio era un verdadero artista, no solo de la cocina, sino también en todo lo referente a manualidades, ya que a toda hortaliza que llegaba a sus manos le daba una forma, ya sea de una pareja de enamorados, una naranja guiñando un ojo, o un gato corriendo a un ratón.
                       Ese era su mundo, su vida y no la quería cambiar por nada del mundo, evitando en lo posible salir a la calle, no teniendo más remedio que hacerlo cuando iba a la feria a comprar las verduras o alguna especie que le faltaba.  A él gustaba personalmente elegirlas.


-          Chao Carmelo!!, come vai, lo saludaban los puesteros de la feria    
      orgullosos de saber que era de descendencia italiana.

-          Chao!!,  respondía, evitando continuar con el dialogo.

                         Pero un día, mientras estaba eligiendo unas frutas que luego transformaría en una deliciosa ensalada, y mientras a alguna de ellas se la imaginaba trasformada en uno de sus personajes, se encontró de repente con unos enormes ojos color almendra, acompañados por una amplia sonrisa que dibujaban un hoyuelo en cada cachete de la cara. Sintió una gota de sudor que bajaba por su espalda junto  a un intenso calor que le subía y se alojaba en sus orejas. Nunca en su vida había sentido esa sensación, me estaré por enfermar se preguntaba, lo cierto era que la imagen de esa mujer lo había hecho perder por unos minutos o segundos la noción del tiempo.

-          Disculpe, dijo una dulce voz que lo hizo volver a la realidad,  ¿ va
      a llevar esas  manzanas ?

-          Si, si, no, no… disculpe

                     Y dejando todo salió bien de prisa hacia la vereda decidiendo no llevar nada ese día, para  refugiarse nuevamente en su cocina, pensando que si así lo quería el destino, se volverían a encontrar en la próxima parada. Tomó una olla, la llenó con agua y al ponerla al fuego, comenzó a cortar las verduras para así conectarse nuevamente con su mundo, a pesar que no podía borrar de su mente aquella imagen que por primera vez había logrado distraerlo de lo que tan profesionalmente hacia y que tanto amaba. Tomó su sartén, la espumadera y otro de los utensilios y comenzó a arrojarlos para arriba para iniciar su show, pudiendo solamente agarrar menos mal,  la sartén, ya que la espumadera fue a dar  sobre su cabeza y los otros quedaron esparcidos por el piso, mientras su gatita “Mimosa” salía espantada refugiándose debajo de la mesada. Tengo que calmarme se decía, respirando profundamente y soltando el aire a modo de  largo  suspiro, reinició su labor. El compromiso que tenía hacia sus clientes no podía hacerse esperar. Al día siguiente mucho más calmo y de la misma manera los días subsiguientes continuó con lo que realmente amaba, la cocina, mezclando sabores, y preparando unos platos dignos del mejor  y más sofisticado restaurante de San Pablo.

                    Y un día, cuando menos se lo esperaba, mientras entregaba uno de sus platos para que el mozo lo llevara hasta una de las mesas, vio en la puerta de su pequeño restaurante buscando una mesa para sentarse la imagen completa de aquella mujer que había marcado para siempre su vida y que nunca más iba a dejar escapar. Pero había un detalle, no se encontraba sola, venia acompañada de una señora mayor y una niña de unos 17 años de edad. Continuó mirando, esperando que entrara el hombre que acompañara a esa familia, que seguramente se había demorado estacionando su automóvil,  esperó y esperó, mientras su corazón latía fuertemente, pero fue en vano, pues  nadie mas entró, y fue así que una enorme sonrisa de esperanza se reflejó e iluminó su rostro.

                                                                                                                             CESO


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