jueves, 30 de agosto de 2012


EL MECÁNICO QUE SOÑABA CON SER
 CONCERTISTA DE GUITARRA

                    El mecánico era un personaje muy interesante por su filosofía de vida, Javier frecuentaba su taller mecánico porque era amigo de unos de sus hijos que le llevaba un par de años, por lo que al acompañarlo al taller de su Padre, muchas veces lo dejaba allí, quizás olvidado, cuando se juntaba con sus amigos de su misma edad.

                     En ese ambiente había muchas cosas para entretenerse y curiosear. Sueltas, habían unas palomas que compartían la merienda con el resto del personal en esa media hora de descanso, comiendo las migajas esparcidas por el piso.

                     El papá de su amigo era un hombre de aproximadamente de 1,80 m de estatura, delgado, de ojos vivaces y cabello crespo. Siempre vestía un mameluco de color blanco, al igual que sus zapatos tipo tenis. Para Javier, esa vestimenta no era muy apropiada para su función de mecánico, sin embargo, siempre estaba impecablemente vestido evitando en lo posible  ensuciarse.

                      Una vez sus ayudantes, los otros mecánicos, terminaron de armar el motor de un automóvil, lo fueron a llamar para que sea él quien lo pusiera en marcha y lo dejara a punto registrando el carburador. Al girar media vuelta la llave de contacto, el motor arrancó inmediatamente, la alegría por parte de la gente fue inmensa, con abrazos y apretones de manos, a él no se le movió ni un pelo, al contrario, los mando a hacer callar ya que consideró que lo único que habían hecho era cumplir con su deber, para eso eran mecánicos. Era como si un médico cada vez que salvara un paciente saliera a gritar como un loco por los pasillos del hospital y se abrazara con los otros enfermeros. Como broche de oro, mando a suspender por tres días a un mecánico porque consideró que estaba muy sucio (era verdad), y denigraba su profesión.

                        Quizás como no iba todos los días al taller mecánico Javier se perdió de muchas otras cosas,  sin embargo, cada vez que lo hacía, algo nuevo sucedía. Como la vez que su amigo se puso a limpiar el motor de una motocicleta que su padre le había comprado, tomó un tarro que contenía agua, y sustituyendo su contenido por nafta, se puso a limpiarlo con un pincel, luego recogió las cosas y se fue a probar su motocicleta dejando el tarro con nafta a un costado.

                            Pasaron algunos días y Javier volvió  al taller ,esta vez por su cuenta, cuando vio que el papá su mi amigo  estaba a modo de favor, ya que esa no era lo que se hacía precisamente en un taller mecánico, soldando un soporte que se le había desprendido a un hermoso carrito para  bebé de cuatro ruedas, todo cubierto en cuerina roja, con techo desmontable, cuando sin querer salto una chispa comenzando a quemar la cuerina del mismo, ante la desesperación y ante el temor de que se prendiera fuego todo el carrito, tomo aquel tarro que debería haber contenido agua, y lo arrojo para intentar apagar aquella miserable chispa, solo que el tarro no contenía agua, sino la nafta dejada en aquella oportunidad por su hijo al limpiar el motor de su motocicleta. El resultado fue calamitoso, en un segundo el carrito se quemo por completo quedando de aquel bonito carrito de bebe solo el esqueleto todo chamuscado, al margen del humo negro que dejo ciego a todos los presente, cuando el mismo se disipó al dueño  solo se le veía lo blanco de los ojos y los dientes apretados, porque el resto de la cara estaba negra de tizne, y no podía hablar del asombro. El papá mi amigo en iguales condiciones con todos los pelos parados, no sabia como justificar lo ocurrido. De pronto, con apenas un hilo de voz aguda que se fue acrecentando y poniéndose cada vez mas grave, el dueño del carrito dijo:

-      Hágase a un lado bruto, usted no sabe nada de nada, yo me he
       criado entre los fierros y nunca ví una cosa igual…

-     Me disculpa, dijo el papá de su amigo con toda tranquilidad, esta
      viendo esas palomas dando vuelta por ahí, esas también se
      criaron entre los fierros como usted y no saben nada de nada.
                                                          
                    A pesar de la tragedia, todo el mundo allí presente al verlos,  no aguantaron mas y comenzaron a reír a carcajadas, contagiando también al dueño del carrito. A los pocos días entre todos compraron uno nuevo, y así se ganaron un nuevo cliente para toda la vida.

                    Después de lo ocurrido, su amigo y Javier no volvieron  a aparecer por el taller mecánico. Por otro lado, la diferencia de edad hizo también que dejaran de verse.

                        Y un buen día, después de varios años, Javier pasaba sin querer por la puerta de aquel taller mecánico que había marcado parte de su niñez, el mismo ya no existía, sin embargo, al acercarse un poco más percibió que alguien estaba adentro, pedió permiso y al entrar se encontró con el padre su mi amigo mucho mas avejentado, intentando arrancarle algún sonido a una vieja guitarra. Le preguntó por su hijo y le dijo  que se había ido a estudiar al extranjero después del golpe militar, luego pregunto que había sucedido con el taller mecánico contándole a grandes rasgos que lo perdió todo por culpa de la terrible inflación que azoto al país no pudiendo recuperarse económicamente. Sintió mucha pena, a pesar que no se lo veía triste, eso le llamo la atención, luego agregó :

              -    Realmente a pesar de todo lo sucedido, estoy haciendo lo quise hacer toda mi vida, que era llegar a ser un eminente concertista de guitarra, no lo logré por ahora, quizás en la próxima parada lo logre,  pero entre nosotros, el solo  hecho de pensarlo me hace sentir una de las personas más felices de la tierra.

          Y estoy seguro que así era, ya que a medida que Javier se iba alejando, las cuerdas de su guitarra emitían un sonido tan especial y armonioso que era como si su melodía fuera dirigida como una alabanza  al Señor.-

                                                                                                                                       CESO


sábado, 11 de agosto de 2012

EL COCINERO MALABARISTA
                     Entre medio de ollas y sartenes, o revolviendo un estofado mientras su gatita ‘Mimosa” (única compañía) se paseaba entre sus piernas,  se encontraba Carmelo Lucio, nombre dado por su abuelo de origen Siciliano, en honor a su amada esposa Carmen Lucia.

                      Cocinaba de una manera muy especial, había heredado los dones de su abuela. Cocinaba sin probar  la comida, cosa extraña para un “Mètre de la Cousine”. La condimentaba  sólo con la medida de sus dedos, un poquito de sal por aquí, otro de pimienta negra, dos hojitas de laurel y el aroma comenzaba a fluir y a envolver la cocina que al fugarse por la puerta de entrada del pequeño  restaurante, llamaba la atención al mas distraído de los transeúntes. A medida que se acercaba la hora del almuerzo, comenzaban a juntarse en la entrada para ser los primeros en probar esos deliciosos platos que siempre iban acompañados por alguna obra de arte, ya sea un tomate cortado en forma de rosa, o una batata con una amplia sonrisa.

                      Verlo cocinar era un verdadero espectáculo. Cuando se trataba de hacer un panqueque o una simple pizza, antes de colocar la sartén con un poco de manteca o margarina en el fuego, comenzaba a hacer su show de malabarismo, con la espumadera y algún otro utensillo; los arrojaba para arriba, uno a uno y  dando vueltas, los iba recogiendo sin perderlos de vista, nunca se vio que se le cayera alguno al piso. Luego ponía la sartén al fuego y una vez cocinado el panqueque hacia lo que quería con él, lo hacía dar dos o tres vueltas en el aire, dándose el lujo de girar sobre sus talones y  con una precisión, el panqueque caía nuevamente dentro de la sartén, lo mismo sucedía cuando preparaba la masa para la pizza, la hacía dar tantas vueltas en el aire que la misma  se entregaba  vencida para poder ser colocada en el horno.
  
                       Carmelo Lucio era un verdadero artista, no solo de la cocina, sino también en todo lo referente a manualidades, ya que a toda hortaliza que llegaba a sus manos le daba una forma, ya sea de una pareja de enamorados, una naranja guiñando un ojo, o un gato corriendo a un ratón.
                       Ese era su mundo, su vida y no la quería cambiar por nada del mundo, evitando en lo posible salir a la calle, no teniendo más remedio que hacerlo cuando iba a la feria a comprar las verduras o alguna especie que le faltaba.  A él gustaba personalmente elegirlas.


-          Chao Carmelo!!, come vai, lo saludaban los puesteros de la feria    
      orgullosos de saber que era de descendencia italiana.

-          Chao!!,  respondía, evitando continuar con el dialogo.

                         Pero un día, mientras estaba eligiendo unas frutas que luego transformaría en una deliciosa ensalada, y mientras a alguna de ellas se la imaginaba trasformada en uno de sus personajes, se encontró de repente con unos enormes ojos color almendra, acompañados por una amplia sonrisa que dibujaban un hoyuelo en cada cachete de la cara. Sintió una gota de sudor que bajaba por su espalda junto  a un intenso calor que le subía y se alojaba en sus orejas. Nunca en su vida había sentido esa sensación, me estaré por enfermar se preguntaba, lo cierto era que la imagen de esa mujer lo había hecho perder por unos minutos o segundos la noción del tiempo.

-          Disculpe, dijo una dulce voz que lo hizo volver a la realidad,  ¿ va
      a llevar esas  manzanas ?

-          Si, si, no, no… disculpe

                     Y dejando todo salió bien de prisa hacia la vereda decidiendo no llevar nada ese día, para  refugiarse nuevamente en su cocina, pensando que si así lo quería el destino, se volverían a encontrar en la próxima parada. Tomó una olla, la llenó con agua y al ponerla al fuego, comenzó a cortar las verduras para así conectarse nuevamente con su mundo, a pesar que no podía borrar de su mente aquella imagen que por primera vez había logrado distraerlo de lo que tan profesionalmente hacia y que tanto amaba. Tomó su sartén, la espumadera y otro de los utensilios y comenzó a arrojarlos para arriba para iniciar su show, pudiendo solamente agarrar menos mal,  la sartén, ya que la espumadera fue a dar  sobre su cabeza y los otros quedaron esparcidos por el piso, mientras su gatita “Mimosa” salía espantada refugiándose debajo de la mesada. Tengo que calmarme se decía, respirando profundamente y soltando el aire a modo de  largo  suspiro, reinició su labor. El compromiso que tenía hacia sus clientes no podía hacerse esperar. Al día siguiente mucho más calmo y de la misma manera los días subsiguientes continuó con lo que realmente amaba, la cocina, mezclando sabores, y preparando unos platos dignos del mejor  y más sofisticado restaurante de San Pablo.

                    Y un día, cuando menos se lo esperaba, mientras entregaba uno de sus platos para que el mozo lo llevara hasta una de las mesas, vio en la puerta de su pequeño restaurante buscando una mesa para sentarse la imagen completa de aquella mujer que había marcado para siempre su vida y que nunca más iba a dejar escapar. Pero había un detalle, no se encontraba sola, venia acompañada de una señora mayor y una niña de unos 17 años de edad. Continuó mirando, esperando que entrara el hombre que acompañara a esa familia, que seguramente se había demorado estacionando su automóvil,  esperó y esperó, mientras su corazón latía fuertemente, pero fue en vano, pues  nadie mas entró, y fue así que una enorme sonrisa de esperanza se reflejó e iluminó su rostro.

                                                                                                                             CESO