sábado, 2 de marzo de 2013


“HIROTO”,  EL ZAPATERO, SU ESPOSA  “YU”
Y UN HOGAR PARA DISCAPACITADOS

Hiroto Shimamura era el nombre del zapatero del barrio, siempre con un delantal de cuero confeccionado por él mismo y varios clavos en la boca, sentado en su silla sin respaldo mucho más baja que las normales, para permitirle, sin necesidad de estirarse tanto, alcanzar los zapatos desparramados en el piso. Realizaba el trabajo sin prestarle mucha atención a lo que sucedía a su alrededor.

De origen japonés, había llegado a Argentina en un barco carguero junto a un tío después de la Segunda Guerra Mundial, arribando al puerto de Buenos Aires junto a un sin fin de extranjeros que llegaban con la ilusión, como decían, de "hacerse la America", es decir, capitalizarse en poco tiempo y traer al resto de sus familias. Algunos, los más despiertos, tenían la suerte de lograrlo y otros como Hiroto, se conformaron con ganar lo suficiente para vivir sin muchas más ambiciones.

Nadie sabía su edad, pero se podía decir que rondaba los 70 años. La verdad, era muy difícil calcularla, pues no tenía una sola arruga y siempre estaba sonriente, así es que uno nunca sabía cuando hablaba  en serio. A veces cuando un cliente le llevaba un trabajo de urgencia sin conocerlo, Hiroto le decía que lo fuera a buscar en un par de horas, entonces el cliente lo miraba con cierta desconfianza pensando que lo estaba engañando. Las únicas veces que Hiroto se ponía serio era cuando escuchaba que lo llamaban “Chino”:

─Yo soy  Japonés, decía, ─ustedes piensan que todos los orientales, los negros y los indios son todos iguales y no es así.

─Está bien Hiroto, no se enoje. ─Le decían los parroquianos del bar que él frecuentaba sólo una vez por semana los días jueves después de cumplir con todos sus compromisos.  Era su única salida y vicio.

     Los jueves, como un ritual, alrededor de las 23 h, llegaba su compañera Yu, una mujer de contextura bien pequeña y encorvada que parecía ser de su mismo origen. Ella lo llevaba a la casa totalmente borracho.

Desde los años que la gente lo conocía, nunca fue agresivo, bebía solo sin conversar con nadie, se encerraba en su mundo y en sus pensamientos creando una barrera impenetrable.

Entre el local donde funcionaba la zapatería y la casa en el fondo, había un enorme jardín con canteros de distintos tamaños y formas, con flores de todos los colores permitiendo caminar alrededor de ellos. Un pequeño puente en forma de media luna atravesaba una  laguna artificial llena de peces de colores, cuya agua a modo de un circuito cerrado salía de un montículo de piedras muy bien calzadas dando la sensación de una cascada natural. A un costado en medio de unos arbustos, había un jaulón con canarios de varios colores que al cantar le daban al ambiente una sensación de paz y bienestar.

“Hiroto”, que en japonés quiere decir “gran persona”, junto a su esposa y compañera “Yu”, que  significa “persona amable o cariñosa”, formaban una pareja muy particular, nunca se separaban, excepto por algunas horas cuando Hiroto iba al bar. Tampoco se los veía dialogar mucho, sólo algunas palabras sueltas en su idioma, aunque evidentemente a pesar del poco diálogo se entendían de maravilla.

Cuando salían de compra juntos, él iba unos dos metros adelante y su esposa lo seguía sin levantar  la cabeza del piso. A veces, de vez en cuando, al mirar hacia atrás debía detenerse para esperarla y no dejarla tan atrás sin decir una sola palabra, y ella mantenía el mismo ritmo que traía sin molestarse en caminar más de prisa.     
     Cuando terminaban de hacer las compras ella pagaba, sacando el dinero perfectamente acomodado de una bolsita de plástico, atado con una cinta roja. Lo contaba con toda la paciencia. Realmente resultaba cómico verlos a los dos, nunca nadie se metió con sus costumbres.

 Y como una ceremonia, al llegar el día jueves, Hiroto llegaba al Bar de Don Quinteros, después de haber cumplido con todos sus compromisos y haber cerrado la zapatería. Pedía su copa de shochu, bebida alcohólica a base de cebada, camote o arroz, con un 25% de graduación alcohólica. No era tan fuerte como el whisky, pero tomando más de tres copitas, la cosa comenzaba a surgir su efecto. Don Quinteros la compraba solamente para Hiroto; si no hubiese sido por él, nadie la habría conocido, pues lo que más se consumía en su bar era normalmente ginebra,  vino tinto y cerveza. Si alguien pedía un whisky era porque estaba festejando algún acontecimiento o había tenido algún desencanto amoroso. Ya cerca de la media noche,  llegaba su esposa y  sin decir una sola palabra, con todo su amor, lo invitaba cariñosamente a que lo acompañara, era ése el único momento en que se los veía uno al lado del otro. Sin la ayuda de Yu,  Hiroto no hubiese podido nunca llegar a su casa. Hiroto, estoy seguro, muy internamente adoraba que su esposa lo fuera a buscar para llevarlo a su casa como un niño luego de cometida una travesura. Ya en su cuarto lo desvestía y lo ayudaba a entrar  a la tina llena de  agua caliente, aromatizada con esencias de flores que ella misma disecaba y guardaba para tal fin; luego delicadamente le lavaba la espalda, los brazos y así todo el cuerpo. Después de ello y de haberse secado, le pasaba por la espalda, con suaves y seductores movimientos de sus manos, algún aceite hidratante también fabricado por ella. Así se entregaban al sueño los dos abrazados como un par de torcacitas enamoradas.

Pasaban los días y los meses sin ninguna prisa, en años no se había producido ningún cambio que modificara la vida del pueblo e Hiroto continuaba reparando los calzados de todo barrio. Que media suelas, que  tapitas de goma para los tacos altos de las mujeres, alguna que otra mochila con el cierre roto. Siempre había trabajos para realizar y junto a  los iban intercalando con una pasión: la jardinería.

Pero llegó el día jueves por la noche e Hiroto  Shimamura no acudió a la cita. Esto les extrañó a todos los parroquianos del bar, quienes esperaron en vano hasta media noche y nada. Entonces fueron hasta la casa y como a simple vista estaba todo tranquilo no  llamaron a la puerta para no molestar, más aún por la hora que era. Prefirieron esperar hasta el día siguiente. Así lo hicieron y dando las 9:00 horas de la mañana la zapatería de Hiroto se mantenía  cerrada. Durante más de 30 años era la primera vez que eso ocurría. Llamaron a la puerta y nadie acudió a abrir, por lo tanto decidieron recurrir a la policía y bomberos. Todo el barrio se congregó en la puerta de su casa, rogando para que nada les hubiera  sucedido. Pero Dios tenía otros planes para ellos, necesitaba de Yu para masajear esa espalda y aliviarle la pesada carga que debía llevar todos los días. Necesitaba además a Hiroto para que se hiciera cargo del  jardín y se pudiera reencontrar con su familia a la que tanto deseaba ver. El día en que soltó la mano de sus padres, alejándose de ellos para correr atrás de una hermosa mariposa, un avión bombardeó la aldea perdiéndolos para siempre. Fue en aquel jueves de 1945, unos días antes de que terminara  la guerra.

Los encontraron acostados en su cama uno al lado del otro vestidos con sus kimonos de gala tomados de la mano y ella con la cabeza apoyada en su hombro. Cuando le hicieron la autopsia descubrieron que ambos habían muerto con una diferencia de horas, mientras dormían, de muerte natural. Nadie quiso saber  más detalles.

Al no tener herederos, por intermedio del  Juez de turno,  el aval del gobernador, del intendente y por supuesto de todos los vecinos, la casa se convirtió en un hogar para adultos discapacitados, que habían  perdido cuando niños a sus padres, y sus hermanos no quisieron hacerse cargo de ellos. Ese lugar  era ideal por la paz que se sentía y la energía positiva que generaba cuando uno lo visitaba. Por otro lado, el local donde funcionaba la zapatería se convirtió en un negocio de venta de artesanías y manualidades realizadas por los mismos discapacitados, donde uno siempre encontraba algo que podía comprar para regalar en ocasiones especiales.

Estoy seguro que Hiroto está feliz de saber que su casa está cuidada y habitada por adultos niños  que como él también perdieron a sus padres. El alma de Yu los protege cada día.
                      La casa pasó a llamarse
       "HOGAR PARA DISCAPACITADOS HIROTO - YU” 
que significaría:
 
                  “Grandes personas amables y cariñosas"

   Pueden visitarla si quieren y comprar alguna artesanía o manualidad…

Ella queda en la próxima parada.

                                                                                                                                    CESO

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