jueves, 26 de abril de 2012


EL PETROLERO FOTÓGRAFO


   Si  bien su trabajo es muy bien remunerado, en algunos casos no se deja de ser un empleado bajo las ordenes de un patrón, por eso el que trabaja en un banco es un bancario, el que lo hace en una carpintería es un carpintero y el que trabaja en el petróleo es un petrolero.

   Decir que un petrolero nunca sacó una foto es como decir que una persona de niño nunca anduvo en bicicleta, mucho más ahora con las cámaras digitales que a las milésimas de segundos, después de sacar una foto, ya se la está viendo en una pequeña pantalla, teniendo  como variante que si no gusta se la puede borrar. Sumado a esto están  los teléfonos celulares, que no sólo sacan fotos, sino que también  filman, invadiendo a veces la intimidad de las personas, y en algunos casos haciéndolas famosas cuando las colocan en Internet, por eso sacar fotos hoy en día es cosa de niños.

   Ahora ser fotógrafo o adoptar esa profesión es otra cosa, ya que son varios los factores que hace a un buen fotógrafo, tampoco significa tener una buena cámara con poderosos lentes si no se tiene la sensibilidad suficiente para detener esa imagen de la cual uno se enamora por unos minutos.

   Heraldo era ese hombre, su profesión no era la de fotógrafo, era justamente la de petrolero en el sector Geología, entonces deberíamos decir que era un geólogo petrolero.

   Sumamente estudioso del tema, se transformaba en un niño cuando encontraba un mineral incrustado en una piedra que solo él veía; en sus viajes ya había pagado varias veces exceso de equipaje, prefiriendo dejar algunas cosas personales antes de deshacerse de sus piedras.

   Me lo imagino llegando a su casa después de un mes fuera de ella, sus pequeños hijos esperando junto a su esposa recibir algún regalo y éste al abrir sus valijas sacando sólo piedras y mostrándoselas con una inmensa pasión.

   La verdad que, fuera de mi imaginación, uno de sus sueños era la de fundar un Museo de Ciencias Naturales, para mostrar a las personas interesadas en el tema las riquezas que fueron dejando las distintas eras geológicas a través de los siglos, ya que un geólogo apasionado por su profesión, como lo era Heraldo, no podía ser indiferente al paisaje que lo rodeaba.

   Y justamente por no ser indiferente a ese paisaje  es que encontró una nueva pasión, la fotografía, pero no sólo la fotografía dirigida a hermosos paisajes, sino la que apuntaba a la botánica.

   Esa nueva pasión dio como resultado que comenzara a investigar una enorme cantidad de especies de la flora regional llamada Mata Atlántica o Serra do Mar, en Brasil y de otros países a los que visitó.

   Viajar junto a él, era como hacerlo con catálogo parlante. A plantas  o especies que pasaban desapercibidas para nosotros, él les encontraba algo especial, y con toda paciencia y delicadeza le sacaba una foto, a veces con algún visitante incluido, me refiero a algún insecto distraído. Luego comenzaba su explicación, dando no sólo el nombre común de la especie, sino también su nombre científico, por ejemplo el Lirio o Jacinto de agua, decía, es una flor muy aromática, tiene  científicamente el nombre: de Echhornia Crassipes,  crece a orillas de …., y así sucesivamente nos iba dando los detalles de cada especie, mezclando la conversación con alguna anécdota, como cuando una vez que venía distraído, lo cual no era ninguna novedad, al cruzar el alambrado entró en el campo de su cuñado y éste al no conocerlo lo sacó a los tiros.

   Heraldo nos trasmitía todo lo que él sentía en esos momentos, se lo veía feliz y realizado, parecía un niño en un bazar de juguetes con todos ellos a su alcance, sacaba fotos a todo lo que se moviera o estuviera estático, sobre todo a las flores, desde la más insignificante hasta la más hermosa, no había ninguna diferencia para él. Solo paraba cuando el sol comenzaba a desaparecer en el horizonte, guardaba su cámara y se preparaba para regresar a su casa, comenzando una nueva ansiedad que era la de ver sus fotos plasmadas en un papel.

   Como su régimen de trabajo era de 14 días de descanso por otros 14 días de trabajo y habiendo cumplido con su descanso, comenzaba para él la tortura, ya que sabía que esos 14 días como petrolero eran interminables, lamentándose por no ocurrir lo contrario cuando estaba de descanso, haciendo lo que realmente lo hacía feliz, que era ni mas ni menos que formar parte de la naturaleza, rescatando las especies de las cuales algunas de ellas comenzaban a desaparecer y esa era su mayor preocupación y sufrimiento ya que sentía interiormente que no le iba a alcanzar los años que le quedaban de vida a pesar de ser todavía joven para salvarlas a todas ellas. Lo único que le quedaba era sacarles fotos y plantar semillas de distintas especies para que las generaciones venideras no corrieran el riesgo de quedarse afuera sin apreciar semejante tesoro.

   Se que su familia se componía por su esposa y  dos hijos varones, y que de alguna manera los amaba a su modo, su esposa le reprochaba sus ausencias porque consideraba que estaba haciendo algo que no le representaba ninguna ganancia, y por otro lado era muy difícil que sus hijos pudieran seguirle el paso ya que en una oportunidad  llego a caminar mas de 65 km solo con una garrafita de agua saliendo a la mañana muy temprano de su casa, regresando caída la noche, sin probar bocado alguno.

   Así era Heraldo, un amante de la naturaleza, de las plantas, de las flores, unos de los últimos románticos solitarios que lo registraba todo a través de su máquina fotográfica, y que tuve el placer de conocer.

   Es por eso que mediante este cuento de  autor anónimo que por accidente llegó a mis manos pretendo, de alguna manera, reflejar sus sentimientos y su amor por la naturaleza.

Un hombre trabajaba en una fábrica distante a cincuenta minutos en ómnibus de su casa.
En la próxima parada siempre subía una señora anciana que nunca dejaba de sentarse  junto a la ventanilla.
Ella abría su bolsa, sacaba un paquetito y se pasaba todo el viaje arrojando alguna cosa para afuera..
La escena siempre se repetía y un día, curioso el hombre, le preguntó qué arrojaba por la ventana.

- Tiro semillas, respondió ella. -
- ¿Semillas? ¿Semillas de qué?-
- De flores. Es que veo para afuera  y la ruta está tan vacía... Me gustaría poder viajar viendo flores coloridas por todo el camino. ¡Imagine cuán bello sería!-
- Pero las semillas caen sobre el asfalto,  son aplastadas por las ruedas de los autos, devoradas por los pájaros... ¿Cree usted señora que las semillas germinarán a la vera del camino?-
- Así es hijo mío. Aunque muchas se pierdan,  algunas acaban cayendo en la tierra y con el tiempo van a brotar.-
- Aún así... demorarán en crecer... necesitan agua...
-Ah, yo hago mi parte. Siempre hay días de lluvia y si alguien arroja las semillas, las flores nacerán.

Diciendo esto, se dio vuelta hacia la ventana y recomenzó su trabajo.

El hombre descendió luego más adelante, pensando que la señora ya estaba senil.

Paso el tiempo...
Y un día, en el mismo ómnibus, el hombre al mirar para afuera percibió flores en la vera del camino...
Muchas flores...El paisaje colorido, perfumado y lindo!
Se acordó entonces de aquella señora.                                                                               
La buscó en vano.                                                                                                               
Le preguntó al chófer que si la conocía,  a todos los pasajeros del viaje.

-¿La viejecita de las semillas?....                                                                                     

Pues ... Murió hace cerca de un mes.
El hombre se volvió a su lugar y continuó mirando el paisaje florido por la ventanilla
Quién diría, ¡las flores han brotado!
¿Pero de qué le valió su trabajo?                                                                                 
“ Murió y no pudo ver toda esta belleza.”

En ese instante, oyó risas de criatura., en el asiento de enfrente, una niña señalaba por la ventana,
entusiasmada:

-¡Mira qué lindo! Cuántas flores por la ruta... ¿Cómo se llaman esas y aquellas...?

Entonces, entendió lo que aquella señora había hecho.
Aunque no estaba ahí para ver hizo su parte, dejó su marca, la belleza para la contemplación y la felicidad de las personas.

Al día siguiente, el  hombre subió al ómnibus,  se sentó junto  a la ventanilla  y sacó un paquetito de semillas de su bolso,  mientras su cámara fotográfica  descansaba entre sus piernas…

  

                                                                                                            CESO

1 comentario:

  1. Un cuento muy bonito.Y para pensar que todos tenemos la oportunidad dar algo bueno, aunque nos parezca pequeño.

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